23 de des. 2011

LA VIE EN ROSE

Fotomontaje: Daniela Edburg
Se despertó con una desoladora sensación de agotamiento, la boca seca y unas irreprimibles ganas de tomarse un Martini Rosso. Recordó que la noche anterior había tenido una digestión pesada y no sabía si culpar al roast beef o a la botella de champán rosado que se bebió entera ella solita. Como no podía conciliar el sueño, fue a buscarlo en las páginas de El nombre de la rosa, pero entre el exceso de vapores etílicos y las aviesas intenciones de tanto monje sin vocación erró en su propósito. Tuvo entonces que recurrir al cine y debió de ser a mitad de La rosa púrpura del Cairo cuando el dios Morfeo la hizo suya.
Descorrió la cortina y observó que aquel día el cielo tenía el color rosado de la encía de los leopardos, tal como tiempo atrás había imaginado Borges en uno de sus cuentos. Pensó que se repondría con una buena ducha; sin embargo, en el último momento cambió de opinión y se sumergió en una bañera de pétalos de rosa. Cerró los ojos y se vio agarrando el timón de un barco, al albur de la rosa de los vientos.
Salió del baño enfundada en un albornoz y caminando de puntillas, con la misma ligereza que una bailarina en maillot y tutú rosados. En la terraza le esperaba la anhelada bebida y aquel pastelito de fresa tan similar al que solía merendar cuando aprendía a declinar el rosa, rosae. Eran los tiempos de las Nancys, las Barbies, los disfraces de princesa y los globos rosados de los chicles Bang-bang. Entonces su mundo giraba alrededor de la escuela y de los capítulos de los dibujos de la pantera rosa. Por desgracia, todo se complicó a partir del momento en el que, tensas las pantorrillas en sus medias rosadas, el famoso torero le arrojó la montera al tendido, presto a dedicarle su faena con el capote fucsia. Se casaron tras un corto romance y, frente a la bandada de flamencos del lago Victoria donde pasaron la luna de miel, tuvo la certeza de que su vida era de color de rosa. Poco podía imaginar que acababa de ponerse una corona de espinas de rosa y que, como la trapecista que desafía el vacío, se vería obligada a huir de las palizas de su marido. Se había convertido en la joven de las Doctor Martens de sus peores pesadillas, aquella a quien acechaba una enorme nube de algodón caramelizado.
Encendió el televisor y se alegró de haber perdido el contacto con los habituales de la prensa rosa o del corazón. Sin aquel animal, en adelante se marchitaría felizmente como una rosa.

1 comentari:

  1. No sé por qué, pero pensaba que la entrada era dedicada a Belén Esteban.

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